Honrar la vida como algo sagrado

, Crecí asumiendo que la vida era un «valle de lágrimas» o un «destierro» del que nos tenían que librar a los hijos de Eva (al menos eso decía La Salve que acostumbraba a rezar).
Al mismo tiempo en los comics y los dibujos animados de mi infancia, los protagonistas se caían de edificios, se aporreaban y se levantaban, como si tal cosa: siempre estaban vivos.
Años después en las películas los supuestos «buenos» mataban con la impunidad del que se cree que hace justicia legítima.
El mensaje que recibía a mi alrededor era que la vida era bien un castigo, bien algo que no se acaba, o algo que se le puede quitar a «los malos».
 
Curiosamente, a pesar de esta locura de mensajes contradictorios recibidos, dediqué algunos años de mi vida a cuidar otras vidas en Unidades de Cuidados Intensivos. Será que en el fondo de mi ser sabía que la vida era un bien preciado, finito y que valía la pena.
Acompañé la recuperación de la salud de muchos pacientes y el morir de otros… También el nacer… Nacer y morir se convirtieron para mí en dos momentos sagrados… que delimitan LA VIDA.
No sé si por mi cercanía a la muerte, a la finitud de la vida, a día de hoy cada vez que entro en un supermercado me estremece el pensar en la cantidad de animales que impunemente matamos para adornar nuestras grandes superficies que no responden a una necesidad real de consumo y que sólo sirven finalmente para llenar nuestros cubos de basura.
Siento que la concepción de la vida está totalmente distorsionada.  «Mamamos» desde niños una falta de respeto hacia ella y hacia la madre naturaleza, mirándola con el desdén de quien cree que la tiene a su servicio. Parece que hemos olvidado que también nosotros formamos parte del ciclo de la vida, que no somos más que una expresión de la vida dentro de la naturaleza…  Y que por esta razón dañarla supone también dañar la vida humana.
La explotamos de la misma manera que un sistema capitalista sin límites explota a los trabajadores, con la diferencia de que la naturaleza no tiene representación sindical para denunciar los abusos. Estamos agotando sus recursos sin querer poner conciencia de las consecuencias. Me pregunto a quién se le ocurriría llamarnos «sapiens». A nadie se le ocurriría explotar a su corazón, a su hígado, a su páncreas… y pensar que no va a tener repercusión en todo el cuerpo. ¿Cómo podemos pensar que explotar el mundo vegetal y animal no va a tener repercusión en todo el sistema?
Tratamos la vida como si estuviésemos por encima de ella, sin respeto y como algo no finito.   Pareciera como si sólo las grandes desgracias (un tsunami, un terremoto, etc) nos pudiesen recordar nuestra finitud; nos pudiesen ayudar a bajar del pedestal del culmen evolutivo donde nos hemos colocado como especie.
Nos decimos «primer mundo» a los que explotamos campos fértiles para tirar su fruto, a los que sacrificamos vidas de animales para tirar su carne más tarde o acumularla congelada, agotando así cada vez más los recursos energéticos.
Nos consideramos más «sapiens» que el resto porque podemos garantizarnos la subsistencia, mientras tratamos desconsideradamente al recurso que nos garantiza la propia vida, y que nos la ofrece de forma gratuita.
Olvidamos que para que cualquiera de nosotros podamos subsistir necesitamos de otra vida, ya sea vegetal o animal, pero en todo caso, nos alimentamos de seres VIVOS.
Honrar la vida, para mí, no es otra cosa que tener conciencia de ésta como bien finito, como regalo de la madre naturaleza, y por lo tanto tratar a ésta última con respeto y agradecimiento.  Respeto implica, logicamente: no matar a otros seres vivos innecesariamente; no agotar sus recursos, ni contaminar el agua; no permitir la crueldad con los animales; no permitir el tratamiento en los medios de comunicación de las muertes de otros seres humanos como meros hechos anecdóticos, etc.
Honrar la vida, no es más que sentirnos humildemente como parte de la naturaleza: de ella venimos y a ella volveremos.
Conchi Táboas

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